domingo, 22 de mayo de 2011

Sol en Sol


Este viernes por la mañana he vuelto a Sol, de donde nunca me fui del todo. Allí nací y allí viví hasta los doce años, de modo que paseo como simpatizante pero también disfruto del sentimiento, (algo presuntuoso, por otra parte) de ser una especie de anfitrión de incógnito. Allí, en ese lugar que ahora encuentro tan distinto, aprendí a jugar con mi hermano, asistí desde un balcón a remotas nocheviejas, compré mis primeros tebeos y corrí sin motivo por última vez. Al fin y al cabo, la infancia sigue siendo por siempre la patria de uno.

Veo carteles hermosos de tan pobres. Sábanas, cartulinas y hasta folios declaran ingeniosas invenciones esculpidas por un rotulador, viejas consignas que vuelven a parecer jóvenes y muchas otras que llaman a un civismo que no dé razones a los que buscan excusas. Asisto a una indignación absolutamente digna.

Eso es lo que veo. Y además veo a personas honestas: el motor eterno de los que no se conforman, la demostración de que años de educación han conseguido que las revoluciones, mal que pese, ya no son protagonizadas por turbas sino por gente que ha logrado ser el “hazmepensar” de Europa y del mundo entero. Y entonces me siento orgulloso.
Orgulloso de mi país, de mi ciudad y de “mi” plaza.

(Por encima del estrépito, Carlos III parece sonreír desde su caballo. Creo que le gusta ver todo esto y que suscribiría muchas de las demandas. El Oso, por su parte –desplazado de su ubicación por decisión municipal- araña con fuerza el madroño de bronce y lamenta perder su protagonismo en el evento. Los mamelucos de hoy en día no se acaban de enterar de que están cargando de nuevo contra ellos, pero esta vez sin cuchillos ni lanzas)

Un chico al que pregunto dónde puedo firmar mi apoyo me acompaña hasta una mesa de camping haciendo zigzag entre la gente. No me indica, me acompaña. Por el camino le pregunto cosas y me cuenta. Muchos tertulianos profesionales carecen de su criterio y mesura. En la mesa de adhesiones me precede una pareja de jubilados. Son franceses. Dicen algo ininteligible, firman y se van sonriendo cogidos de la mano. Es entonces cuando me sale la vena literaria y fantaseo con la posibilidad, no del todo descartable, de que esta pareja fundara su amor en otro mayo lejano, allá por el 68, cuando yo empezaba a caminar torpemente por la Puerta del Sol de la mano de mi padre. De ahí la ternura de su firma compartida, de ahí su arrebato solidario. De ahí su sonrisa cómplice.

Nadie sabe aún cuándo y cómo acabará toda esta hermosa lección. Que nos quiten lo bailao. Yo, por mi parte, mientras remontaba la calle de Alcalá con mi sensación de dignidad y mis recuerdos, no pude por menos que pensar en las historias individuales que se derivarán de esta situación colectiva. Y en cuántas amistades inquebrantables y amores incondicionales se estarán fraguando en estos días sobre el fondo de ese escenario soleado de tiendas de campaña, toldos y viejas sillitas plegables.

Hoy hay elecciones. Yo ya tengo la mía.

(He vuelto. Mañana me pongo al día en las muchas cosas que tengo que comentaros, Sinu, Ocelote, Muufi, Willows, C y compañía. Pero esto era urgente hoy)