sábado, 11 de agosto de 2012

Vchodnoy

Vicent Chapman tiene que trabajar durante cerca de seis meses en Vchodnoy, un minúsculo pueblo costero del golfo Pyasinkii. Le ha conducido a ese remoto lugar del planeta un encargo del gobierno ruso relacionado con la prospección geológica para la prevención de seísmos. En un lugar donde el vodka se congela en el interior de la botella en apenas diez minutos, sólo puede trabajar en el exterior en las horas centrales del día y, después, tiene que refugiarse en una casa antigua aunque confortable que ha conseguido alquilar a un precio insólitamente bajo, incluso para aquel lugar gélido, lejano e inhóspito.

Los pocos habitantes de la aldea son como fantasmas con los que se cruza pocas veces bajo una ventisca atroz y Chapman no deja de preguntarse cual será la ocupación de las escasas tres decenas de personas con las que casi no se ha relacionado en estas primeras semanas de estancia. Su presencia, por otra parte, tampoco parece haber despertado el más mínimo interés entre la población, pero él ignora si eso forma parte de la manera de ser local o si el destino le ha conducido, con algún propósito desconocido, al rincón más extraño del mundo.

Esta última teoría queda avalada por la vivienda. Se trata de un caserón de dos plantas al final de la única calle y, si hubiera que definir aquella robusta casa de piedra, el adjetivo más preciso sería el de desasosegante, por el contraste entre la normalidad del aspecto externo y el laberíntico interior, con pasillos oblicuos que no conducen a ninguna parte y estancias con formas geométricas caprichosas y tamaños variables, casi aleatorios, como si la distribución fuera la obra de un perturbado. Pero Vicent está preparado para las paranoias que produce la soledad y hace una vida rutinaria en la que los mecanismos automáticos dejen poco espacio para pensamientos oscuros. Aún así, toma cada noche la precaución, quizá innecesaria, de cerrar con llave el portón de la entrada después de patrullar cuidadosamente cada rincón de la casa.

Desde el principio, ha acondicionado una habitación espaciosa de la planta de arriba como dormitorio y lugar de trabajo. De la planta baja sólo usa un cuartucho para guardar el material y la ropa de abrigo, aparte de la inmensa cocina con fuego de leña que utiliza también como comedor. Una conexión a Internet con velocidad aceptable le ayuda a rellenar las muchas horas vacías y aunque los días transcurren despacio, se podría decir que Chapman se ha instalado todo lo satisfactoriamente que puede, dadas las circunstancias.

Hoy, una nueva borrasca le ha tenido todo el día encerrado y la previsión de Meteosat no da mucho margen para la esperanza en, al menos, dos días más. Felizmente la despensa está llena y tiene leña en abundancia, por lo que emplea toda la jornada leyendo, enviando informes por correo electrónico y navegando al azar por la red.
Es a última hora de la tarde cuando se le ocurre escribir en el buscador el nombre de Vchodnoy. La única entrada le dirige a un vídeo de Youtube colgado apenas unas horas antes.

En los instantes que tarda en cargarse, un estupefacto Chapman se entretiene en mirar el número nada despreciable de visitas -seiscientas sesenta y cinco- y en el autor: “никто”, mientras comienza a sentirse invadido por una sensación inexplicable. Afuera, el viento arrecia y golpea las ventanas como si quisiera derribarlas.

La duración es de sólo diez segundos, pero a él se le hace muy largo. Se trata de un plano fijo, interior y nocturno. No hay ninguna acción, pero se puede apreciar la escena con nitidez:
Es su propia habitación. Es él mismo durmiendo en su cama, puede que anoche.