domingo, 6 de mayo de 2012

Qwerty

Heredé la máquina de escribir de la fotografía en 1978. Yo tenía quince años y ella (ahora que lo pienso) justo la edad que tengo yo ahora. Eso quiere decir que, ya por aquella época, era una máquina vieja: Veinte kilos de hierro que me han acompañado desde entonces en mis muchas mudanzas.

Cuando puse en ella el primer folio e hice girar su rodillo pensé que las cosas habían cambiado radicalmente y para siempre: Ahora sí que era un escritor. Se acabaron esos cuadernos escolares con letra infantil y manuscrita de zurdo que, por cierto, también me han seguido en cada cambio de casa. No tenía la tecla ctrl ni alt ni esc, pero el chasquido de las teclas al golpearlas y el elegante sonido del carro al pasar de línea -anunciado por la alegre campanita- tenían un glamour muy superior a la melodía de inicio de Windows (es un suponer), porque los artefactos mecánicos siempre suenan mejor que los electrónicos aunque esto, claro está, no es más que un gusto personal.

Sin embargo, el primer día, ese paso de gigante en cuanto a tecnología que acababa de dar, lejos de inspirarme, me bloqueó y sólo acerté a escribir “hola”. Era demasiado, como si a Jose Luis López Vázquez le regalan un Iphone en los minutos iniciales de “La cabina”. Era práctica y fabulosa, pero no sabía muy bien qué hacer con ella.

Parado ante el teclado, (ante mi primera visión de un teclado) y sin nada que escribir, empecé a fijarme en las teclas: Q, W, E, R, T, Y… y en su, aparente arbitraria distribución. Tuvieron que pasar muchos años hasta que supe por qué las letras se disponen de ese modo pero, por aquel entonces (y quién sabe si también ahora) uno, a menudo, considera que las cosas son como son y no le damos más vueltas.

Lo que sí recuerdo con claridad, tanto tiempo después, es que al ver las letras (blancas sobre fondo negro) pensé que las cosas que escribiría en adelante estaban ya allí, que solamente hacía falta pulsar las teclas en el orden correcto.
En 2006, cuando ya tenía ordenador hacía tiempo, la Hispano Olivetti se había convertido en una digna jubilada que aún me sigue mirando cada mañana desde su calidad de objeto decorativo. Ahora ya no es vieja: es antigua. Fue justo entonces cuando Ocelote me animó a participar en un foro literario y, al registrarme, la página me pidió un Nick.

No me lo pensé, porque, aún ahora, sigo creyendo que, en realidad, las historias ya están en el teclado y que solamente hace falta pulsar las letras en el orden correcto.

7 comentarios:

  1. Y yo creyendo que había sido pura vagancia a la hora de elegir un nick...

    divino el párrafo final

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  2. Anónimo16:14

    Qué bonita esta entrada

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  3. Y yo lo sigo creyendo, Lavinia (lo de la vagancia, digo), lo que pasa es que a ver cómo lo demostramos ahora con una entrada como esta... :-)

    Saludos Qwerty, amigo.

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  4. Pues yo como soy tan despistada, hasta que no vi la foto de cabecera no caí en la cuenta de dónde habías sacado tu nick. Pensé que era un nombre ingles, raro, o yo que sé… Y ahora al leerte veo que tras ese nombre hay algo más. Muy emotivo. Y tienes razón cuando dices que ya no es vieja, sino antigua.
    Me encanta esta entrada, pues para mi también es emotiva. Yo aprendí a escribir a máquina en una como esa, en el verano de mis 13 añitos. Una amiga de mi madre tenía una academia de esas donde preparaban “oposiciones” para secretarias y se dijo: ale, mejor que la nena aprenda algo de provecho en lugar de andar todo el verano “corriendo la pata”. Las máquinas nuevas eran para las señoritas de tacones y uñas largas. Recuerdo los trompazos en los dedos cuando al aporrearla sin freno se me colaban por entre las teclas (están muy separadas en esas). Tenían que ponerme un cojín para llegar con soltura a las teclas de arriba. Ah, que tiempos…
    Yo nunca saqué ninguna historia de esas máquinas, ni de la nueva y portátil que tuve, pero hice muuuuuuuchos apuntes en mi etapa estudiantil. Las historias las encontré dentro de estas pantallas, ya mayor, y sin papeles.

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  5. Gracias Anónimo. El que alguien anónimo diga tan sólo estas cuatro palabras me hace sentir como no imaginas.

    Lavinia, Ocelote, teneis razón los dos. No fui vago para elegir nick, aunque sí lo estoy para escribir ultimamente.

    Celsa, somos, pues, "hermanos de máquina". Y las historias que encontraste (ya mayor y sin papeles) las encontraste estupendamente. Cualquier sitio es bueno para descubrir a esas historias esquivas, sólo hay que tener voluntad de encontrarlas. Y cómo se esconden a veces, las jodías.

    Me encanta la expresión "correr la pata". Me la guardo.

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  6. Anónimo18:43

    Yo heredé una máquina similar. Ahora tengo unos gemelos de camisa, con la 'A' y la 'F', que son la envidia de mis amigos.
    Y hueco en el despacho para más libros...
    (Bonito tu relato, aunque ya sabes que me van más cortos)

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  7. Hola Alterfines.

    Conocí la máquina y conozco los gemelos. Y un poco de envisia sí que dan, sí.

    Abrazo

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