domingo, 8 de abril de 2012

El Gran Marcelo


Y el naipe desapareció.

-¿Lo ves, Clara? La magia es una gran mentira. La mano izquierda es delicada, llama tu atención, es un señuelo. La derecha, en cambio, es ágil y eficaz; es como un leopardo.
-Si es una mentira es, en todo caso, una hermosa mentira.
-Eso es… Una gran y hermosa mentira.

En el primer capítulo de esta historia Marcelo es un muchacho pobre, desgarbado y algo feo, justo como la posguerra de la que es una inadvertida consecuencia. En cambio Clara, su vecina, es luz y colores, como un sueño alegre y casi inalcanzable. Marcelo busca impresionarla con la denodada tenacidad que sólo provoca un amor desmedido. Todo lo intenta y en todo fracasa. Entonces se entera de su gusto por los trucos de magia, que ella ha visto por primera vez en una feria ambulante. Él se aplica, indaga, practica día y noche. Después de unos meses, sin más vocación que el cariño, logra arrancar de Clara la primera mirada de sorpresa y admiración. La inocencia de sus pocos años les hace pensar enseguida que acaban de crear un vínculo indestructible.
Pero el futuro tiene otros planes. Clara se va con sus padres a Francia, donde se casa tiempo después con un diplomático que nunca supo de magias, uno de esos hombres aburridos de vida intachable, gafas y algo de alopecia, con los que siempre acaban casándose los amores de la infancia.
Marcelo se queda solo. La profesión que no eligió, a pesar de todo, se convierte en su modo de vida para siempre. Y así, el Gran Marcelo llegó a ser un conocido mago ambulante, un grande entre los pequeños, un prodigio menor e itinerante con fotos de color sepia –chistera y capa- desde las que sonreía siempre a una Clara que se perdió, en la enorme distancia de entonces, su celebridad de medio pelo. Él tuvo dos o tres amores fugaces de los que se deshizo pronto al no perdonarles la afrenta de no ser Ella.
Discurren así sus vidas, mutuamente ignoradas. Pero ambos se recuerdan casi a diario, mientras el transcurso del tiempo les aleja cada vez más de aquellas promesas, miradas y besos furtivos de entonces.
Hasta que, pasados los años, el Gran Marcelo –pobre Marcelo-, comprende un día que la vejez llega cuando te das cuenta de lo corta que se te ha hecho la vida y lo larga que se te ha hecho la tarde. Enfermo de solemnidad, entra en una UCI, dejando en la puerta las ganas de vivir, enternecido, antes de desvanecerse, por los cuidados urgentes y apresurados de un personal atento al que él no hubiera requerido tanto desvelo.

En el último y definitivo capítulo una Clara ya viuda regresa a España con la firme determinación de encontrarlo. No le es fácil. Marcelo no ha dejado muchas pistas.
Pero ella es tenaz y al fin lo logra.

-Soy Clara y he venido para decirte que la magia es una gran y hermosa verdad.
Y al decir eso coge su mano. Ella jura y perjura que, al retirarla, tenía prendida en la suya una reina de corazones, que aún conserva. Pero si hay algo aún más sorprendente en esta historia es la desconcertante mejoría de Marcelo a través de esas palabras, que debieron caer desde muy arriba hasta golpear de lleno en su ilusión maltrecha. Dos semanas después salía del hospital y ya nunca volvieron a separarse.

Alcanzar tus sueños tan a destiempo es solo triste para los demás. Ellos, los dos, me contaron su feliz historia ayer, con las miradas cómplices de los niños que un día fueron.
Mientras se marchaban juntos, con las últimas luces de la tarde resistiendo en los charcos de la calle, comprendí que sus vidas enteras habían sido uno de los mejores trucos jamás vistos, con muchos días inútiles y delicados –como señuelos- y algunos momentos vivos, escondidos y eficaces.

Como leopardos.

9 comentarios:

  1. Anónimo0:24

    Como leopardos... ¿Quieres decir lo del principio?, ¿que sus vidas fueron ágiles y eficaces o qué quieres decir con el cierre?
    No me gustan los puntos suspensivos.

    Tan duro y tan enterncedor a la vez. Tú, digo.

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  2. Recordaba el título de este relato, pero no el contenido. Maldita memoria. Pero también bendita porque me ha obligado a leerlo de nuevo. Muy despacio.

    Aunque resaltaría media docena de frases, la última sección me parece afortunadísima. Hay tanta gente que no entiende que alcanzar nuestros sueños, aunque sea a destiempo, nos coloca en el grupo, pequeñísimo grupo, de los afortunados.

    Marcelo es, incuestionablemente, nombre de mago.

    Un abrazo, Qwerty.

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  3. Lo he leído dos veces, puedo leerlo tres. O más. Tú no escribes las frases como para prosa, aunque tampoco parece poesía. Son frases hechas a tiralíneas, con la precisión de la magia, con la costumbre del oficio. No es la historia, es cómo tú lo cuentas. Cñomo tú lo cuentas es lo que me ha hecho sonreir. Gracias.

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  4. Hola Lavinia. ¿Quién es Lavinia? Ya te interrogaré cuando te pille, Qwerty.

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  5. Sí, intentaba decir lo del principio. En cuanto a los puntos suspensivos...no se...me salió así. Es como cuando en los libros de verdad ponen tres estrellas en triángulo, como para separar tiempos... Jeje. Me alegra verte, un beso.

    Jó Ocelote, es verdad que Marcelo no es nombre muy de Mago. Pero un tipo capaz de ser tan tenaz en el aprendizaje y en el amor, es también capaz de ponerse cualquier nombre y quedarse tan ancho.

    Lavinia, gracias a tí, creo que haces igual pero te sale mejor.

    Ocelote, deberías saber quién es. De hecho, tú la conoces y yo no. Ya te vale.

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  6. Igual bebimos mucho, hacía calor...
    Sin embargo, tú sigues igual, Ocelote ;)

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  7. Ya me han soplado quién eres, Lavinia. Es increible la de ojos invisibles que nos leen sin que nos demos cuenta. Un beso muy grande.

    Qwerty, que yo precisamente decía que Marcelo ES nombre de mago. No lo contrario. Ya te vale. En cuatro palabras ni siquiera cabe una diagonal sobre la que leer... :-)

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  8. Estoy de acuerdo con Lavinia: tus frases parecen hechas con tiralineas, hermosas y certeras. Pura poesía en prosa.
    Me guardo esta frase: "... Alcanzar tus sueños tan a destiempo es solo triste para los demás..." Ah, que gran verdad...
    Un placer, Sr. ESCRITOR.

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  9. Me alegra verte de nuevo Celsa. Me acuerdo de ti con frecuencia.

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