domingo, 20 de junio de 2010

Gracias, Agatha



Al principio los libros eran islotes que, debidamente dispuestos por el suelo, me permitían atravesar el Océano del salón sin mojarme. Colocados en filas (ni tan distantes que me impidieran saltar de uno a otro ni tan cercanos que facilitaran en exceso la aventura), se convertían en una compleja red viaria con senderos, bifurcaciones e itinerarios. Este rojo y gordo de allí inicia el camino hacia el pasillo; aquel otro –ese desvencijado y encuadernado en piel-, marca el desvío que conduce a mi habitación. Este uso primigenio de los libros terminó el día en que mis padres regresaron antes de que pudiera recoger los archipiélagos y devolverlos a su lugar preciso en las serias estanterías de madera pero, sin duda, marcó el inicio de una historia de afectos que continúa hasta hoy.

Sin la posibilidad de continuar el juego y purgando mi falta con un castigo incierto que ya he olvidado, había llegado, sin embargo, a un hondo conocimiento de todos los volúmenes de la biblioteca, hasta el punto de conocer casi cada uno de ellos por sus características relacionadas con el tamaño, el diseño de las portadas, el color y hasta el olor de sus páginas, mas no me había sido aún concedida la habilidad para, además, leer su contenido o al menos su título. Yo intuía que algo más había en ellos, porque veía a mi madre abrirlos y mirarlos por dentro con una concentración casi mística y del todo excluyente, así que cuando me informé de que los libros (por dentro) contaban historias no pude evitar arriesgarme a una nueva condena y me encaramé a un estante con determinación, pues sabía exactamente dónde encontrar al protagonista de mis sueños.

No era grande ni bonito, no tenía la contundencia de un diccionario ni la gracia repetitiva de las colecciones. Era sólo eso: un libro en rústica muy usado.
Pero la portada era sensacional: En ella, sobre el fondo verde oscuro donde se adivinaba una partitura, se podía ver una jeringuilla, piedras preciosas y unas salpicaduras de sangre reseca. ¿Puede haber algo más atractivo para la imaginación de un niño? Se llamaba “Asesinato en la calle Hickory” y yo necesitaba saber lo que decía.

Aghata Christie fue, pues, la causa por la que quise aprender a leer y aquella vieja portada sigue siendo, en el fondo, la inspiración de todo cuanto he escrito desde entonces.

12 comentarios:

  1. Me recuerdan un poco estos pensamientos lejanos sobre la utilidad de los libros, a los de Firmin, aquella rata tan intelectual. Tú, de todas formas, tienes mucho mejor aspecto que ella, aún en el periodo de estos últimos cinco años :-)

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  2. Joder, qué entrada más buena, qwer. El primer párrafo es precioso.

    Eres un pequeño Firmin, un gran ratón que disfruta paseando entre las páginas de los libros.

    ¡Agatha! Sólo conservo un libro suyo, las hojas están amarillentas a más no poder pero de vez en cuando lo cojo, lo veo, paso las hojas despacio, lo huelo y vuelvo atrás, muy atrás.

    De alguna forma siento envidia al leer sobre las relaciones pasionales que mantienen algunos con la lectura.

    ¿Conoces anobii?, busca la página, échale un ojo, y si te convence...

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  4. Mi hermano devoraba todos sus libros. Tenía la colección entera. Cuando se murió, mi madre los regaló. Ahora siento nostalgia. Decía que lo que más le gustaba de sus obras era el mundo en el que se desarrollaban las historias. Yo nunca llegué a leer ninguna. Y no sé por qué. A lo mejor era por el formato: libro de bolsillo que siempre detesté. Tampoco sé por qué.

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  5. Anónimo13:28

    un buen escritor es lo que tiene... puede contar una historia muchas veces que si elige bien las palabras va a seguir siendo una gran historia

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  6. Sí. Sobre todo si, después de contarla por primera vez, alguien va a casa de su abuela, le pide el libro, lo envuelve y lo deja en el árbol estas últimas navidades. No sabes cómo te lo agradecí.

    Un beso.

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  7. Ocelote, gracias por lo del aspecto, majo.
    Gracias Tuti, ya le he echado un vistazo, no tiene mala pinta.
    Sinuosa, hay que ver...La buena de Agatha pretendiendo causar intriga y muchos años después lo que despierta es nostalgia...

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  8. Si te haces con una estantería, pásala

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  9. Qué bien tenerte a un solo clic. Me alegro mucho de que te hayas animado a dejar aquí tus historias, ya un poquito más nuestras.

    Un beso!

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  10. Hola Rocío.

    No sabes la alegría que me da verte por aquí. Ojalá vengas a menudo.

    Besos.

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  11. ¿Sabes cual es mi libro de "inciciación"? "Corazón" de Edmundo de Amicis. Es un poco cursi, pero me rompió el idem. Por cierto, yo lo he perdido...

    Besos

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  12. Pues tenemos que encontrarlo, C.

    Seguro que lo lees ahora y te teletransporta, cual magdalena de Proust.

    Un beso.

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